LA UNIDAD DEL NACIONALISMO Y LOS PROTAGONISMOS FÁCILES
Desde que tengo memoria se ha hablado de la unidad del nacionalismo. Tanto que podría decir que en los últimos veinte años ha sido un tema de los más recurrentes. En consecuencia, esto no es una novedad: es un tema trillado. Es como hablar de lo bueno y santo que debe ser la vida de una parroquia: o sea, algo de lo que nadie duda.
Sin embargo la unidad se consigue trabajando. No será perfecta, jamás podrá serla, pero pueden lograrse acercamientos y amistades, bajando celosías y dejando a un lado resquemores. Pero esto no se logra pontificando, sino haciendo política: o sea, hablando los unos con los otros. Tomar un megáfono, pararme en una tarima y decir a los cuatro vientos: ¡Nacionalistas uníos! ¡Aquí está la verdad! ¡Mi voz llama y mis propuestas deben ser aceptadas porque son las mejores! ¡Dejemos atrás a los viejos!, ¡Iniciemos algo nuevo!
¡Qué paradoja! Esto es muy viejo. Pero hay algo peor todavía: el mensaje puede provenir de una experiencia enriquecedora, de alguien con trayectoria de riesgo; de gente que se ha jugado en algunas de las patriadas; de gente con causas penales; de líderes naturales que han perdido cátedras… pero no… son simples expresiones en plumas o voces que no veíamos ni escuchábamos tan solo hace meses o pocos años. En definitiva, en lugar de unir… dividen.
Es como la vecina que quiere ver unidos a los inquilinos de la pensión: a los gritos. No, eso no es hacer política, es hacer ruido. Se trabaja en silencio: la siembra de los ansiosos arruina la cosecha. Y ese silencio, que por supuesto no es pasivo sino sumamente activo, traerá frutos a mediano o largo plazo.
El mejor protagonismo es el de trabajar sin descanso y sin gritos o peroratas. Pontifican los que saben. A nosotros nos toca soldar relaciones, acercar, consensuar y buscar la unidad de todos los combatientes que conforman las reservas de esta Argentina, enferma, agónica y terminal. Y reservas hay en todas partes.
Hernán Capizzano
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